Todo empezó por casualidad. Un día estaba en casa leyendo una novela y como no me gustaba demasiado encendí el televisor y dio la casualidad en ese momento que comenzaban a bailar tango una pareja de argentinos profesionales. Era una pieza de uno de los directores de tango con más renombre de los años cuarenta Anibal Troilo. Me senté plácidamente para ver su actuación. La verdad es que tenia grandes deseos de bailar en el año anterior pero no daba el empujón. Los vi como si estuviera en el Paraíso hasta tal punto que, tonta de mí, me emocioné. Los observé como si fueran Dioses Amon- Anubis de Egipto o que se yo. Fue en ese instante cuado creí era ya hora de comenzar las clases de tango, quizás luego para poder escribir las diferentes sensaciones que podía percibir en esta disciplina. Una vez que se terminó dicha actuación comencé como una posesa a llamar a televisión para que me dieran los teléfonos de esos dos profesionales para ponerme en contacto con ellos. Muy amables me dieron el teléfono de estos tangueros argentinos. Los llamé y me dieron la información necesaria para ir a sus clases grupales.
Llegó el día y la hora de acercarme a su estudio. Estaba un poco intranquila, tal vez con un algo de miedo porque iba sola; sin amigas; sin pareja; sin nadie que me respaldara y sintiera algo de apoyo; pero la verdad es que lo necesitaba y por eso fui.
Llegué; pregunté y me acerqué. Tres formas para comenzar esas clases tan importantes para mí.
Así empezaron mis clases. No tenía ni idea donde poner los pies. La sensación fue como que se me habían quedado pegados a la tarima de madera como si estuviera encima de cien chicles.
Estos profesores empezaron con una tabla de gimnasia de tango. Esos fueron mis primeros pasos. Todo mi cuerpo se iba hacia el lado derecho. Otras veces hacia el lado izquierdo. Y la sensación final es que todo mi cuerpo tiritaba hacia todos los lados. No conseguía tener estabilidad. Luego…pasó lo peor, tocaron las prácticas y me tocó como el bingo, bailar con un joven que seguramente estaba en las mismas circunstancias que yo o tal vez no. No lo sabía con seguridad hasta que no estuviera bailando con él. ¡Mi gran calvario empezó en ese momento! Al principio fue sin música. A la media hora el profesor incorporó la música. ¡No os lo podéis imaginar! En un momento determinado mis pies cayeron encima de los pies de aquel joven, bueno, cada vez que daba unos pasos caían encima una y otra vez. Y esta vez ¡fue peor que un calvario! Ni siquiera en un convento de monjas de clausura lo hubiera pasado peor sin estar acostumbrada -claro está. Mi compañero de tango también me daba continuos pisotones. Mis pies se encontraban tan martirizados que estaba deseando marcharme ¡salir ya! Además el profesor decía: ¡pibotar! ¡pibotar! Que era eso de pibotar. Ni mi compañero ni yo sabíamos los significados argentinos y me sentía ¡tonta! ¡ridícula! si le preguntaba. Así que no sabia de que lado ponerlos. Referente a la musicalización que os voy a decir. La música iba sola y yo igualmente bailaba sola sin música aunque estuviera muy dispuesta y con ganas de comerme el mundo. La verdad es que tenía tal lío o empanada mental que quise salir ya de aquel lugar, a toda prisa, casi corriendo..
A las tres semanas seguía igual pero mi subconsciente me decía era buenísima bailando.
Por fin llegó el día que fui por primera vez a una sala de tango. Iba con una amiga que se ofreció acompañarme para no morir en el intento.
Nos sentaron en un apartado cerca de la salida. En ese lugar se podía practicar sin que te vieran. Y yo cabezota del todo comencé sola a practicar una serie de pasos que me habían enseñado. Como parece ser tenia tantas ganas de bailar porque me veían practicando, se me acercó un señor para sacarme y empezar a bailar el primer tango de mi vida. Bailé. No se como pero lo hice. Bueno, comencé con pisotón tras pisotón. El buen hombre empezó asimismo a darme sus clases magistrales en la misma pista. Siempre asentía con la cabeza diciendo: tiene razón; tiene razón - la tuviese o no. En ese instante fue la segunda ocasión que me ¡quise morir! – porque le di otro de mis pisotones - y también quise soñar que en el Cielo tenía unos zapatos relucientes con grandes lazos rosas y bailaba tango con un gran bailarín. Además después me daban de premio una “medalla” a la mejor bailarina del mundo. Todo se acabó y también se acabaron las horas de tango y yo también acabé saliendo de aquel local intentando domar sus notas bajo mis pies. Ese era mi reto.
Rosa Molina de España
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