La noche en la que el tango me acarició por primera vez ...

Fue el 26 de diciembre de 2008. A 10.000 Km de mi hogar. Solo. Y con el corazón roto. Recorriendo Argentina. En una ciudad preciosa. A la orilla del Río Paraná. Rosario. Uno de los días mas calurosos que recuerdo en mi vida. Y aquella misma noche, en que descubrí el tango en una plaza de Rosario, escribí lo que sentí. Así que, directamente, copio de mi mismo, con mi permiso.

“Pregunto al taxista por algún lugar donde comer carne por la noche. Me recomienda una parrilla de la Avda Pellegrini. Pido medio "Mar del Plata" al camarero vestido de gaucho y después, voy caminando hasta la Plaza Santiago Montenegro, donde los viernes por la noche, he oído al taxista que los rosarinos de todas las edades acuden a bailar tango entre las 23:00 y las 3:00 h. Me siento a tomar algo en una terraza de la plaza mientras veo como bailan; cuerpos erguidos y piernas que dibujan trazos con rapidez, desfilan delante de mi dando círculos lentamente a la plaza, como una marea en remolino, con los rostros de los bailarines concentrados; ojos cerrados, mejillas pegadas, expresión de sufrimiento, de tristeza profunda, de la desdicha que narran las letras de los tangos que suenan, generalmente sobre la nostalgia del hogar abandonado en Europa o sobre el amor por una mujer que no quiso recibirlo. Envueltos bajo las formas elegantes, serias y formales de este baile, se establece una intimidad casi provocadora entre los bailarines que veo en la Plaza, y que hace este baile tan sensual. Y romántico.

Camino hacia el hostel por las calles rosarinas, mientras la noche se tiñe de la nostalgia por amores perdidos que destila el tango; y pienso que la vida también puede ser como un tango, danzando una canción agarrados a alguien con quien te puedes comunicar sin palabras, con los ojos cerrados, hasta que, a veces, termina la melodía y abres los ojos.”

Ese día sentí el tango por primera vez. Y ese día decidí que un día lo bailaría. En eso estoy. Le doy gracias a aquel taxista por hablarme de la Plaza Montenegro, aquella noche de verano, de cielo despejado y estrellado. Llegué a ella caminando entre calles, y me aleje de ella también fundiéndome en las calles rosarinas, de madrugada. Llegué con el corazón roto a aquella plaza; cuando me fui, llevaba el corazón todavía roto, pero con un compás, una melodía, un baile, y un “algo” que me hizo saber que todo eso que sentía dentro de mi, se podía, simplemente, bailar….

Tiempo después descubriría que ese “algo”, es el poder expresar “tu interior” en un abrazo a otra persona, y al bailar ese sentimiento, estas creando algo fugaz, algo que solo dura hasta que acabe la música, mejor dicho, algunos segundos mas después de sonar la ultima nota. Como ocurre con el amor en la vida.

Santiago de España

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