El Tango….creo que vivió siempre en mi cuerpo sin que yo lo supiera.
Mi madre, entonaba “Desde el Alma”, con una vocecita aguda, mientras lavaba los platos. Mi padre lo revivía en cada historia de orquestas y bailes juveniles. Gloria y Eduardo nos acompañaron muchas veces durante las cenas familiares de mi infancia, bailando en blanco y negro frente a la mirada elogiosa de mis viejos. Fue inevitable ..., a los 6 o 7 años, La Cumparsita era una más de mis canciones infantiles.
Y en las bodas y cumpleaños!! Siempre había una oportunidad para un intento, torpe, de bailarlo, con el atrevimiento de la infancia y de la adolescencia, con el desenfado de no haber vivido esa época “gloriosa”, en la que el tango era para todos y no daba vergüenza.
Pero en algún momento, esas voces, se callaron. Empezó la etapa en que uno ya no escucha más las historias familiares, porque tiene que armar su propia historia.
El tango hizo silencio…Por años esperó paciente y olvidado el momento del reencuentro, escondido entre las fibras de mi corazón enloquecido, siguió latiendo mudo para no interrumpirme.
Juventud, estudios, trabajo, adultez, pareja, hijo, amores y desamores.
Y llegó el día…
Una amiga me dice: "Tengo ganas de aprender a bailar tango. ¿Me acompañás? "
Todo era parte de un plan de rescate mutuo. Ella quería aprender a bailar, era cierto, pero además, fue uno de esos actos de amor de los amigos que quieren ayudarte a recuperar la fuerza que se pierde en los vaivenes de la vida.
Se conjugaron entonces mil variables: las imágenes de toda esa gente abrazada porque sí, el respeto, el ritual, el afecto de los profesores transmitido al compás de aquellos sonidos que eran míos desde siempre, la bienvenida de “los compañeros de tango” cada domingo y mis piernas torpes, casi robóticas, intentando que mis pies se “amiguen” con el piso.
Rara….me sentía rara….(pero encendida, jaja) …pero tímidamente feliz, sin entender bien porqué. Había que “conectarse” con otros, dejarse llevar, permitir que el compañero tomara las decisiones….
Nuevos sentimientos surgieron con fuerza: primero la necesidad y después apareció la emoción. Tenia que bailar más, ya no fueron solo los domingos, tomaba 3 o 4 clases por semana y recorría kilómetros de pista en mil milongas. Y a medida que mi corazón iba cediendo, la emoción de “deshilachar” cada estrofa de un tango con el cuerpo fue más fuerte. Había que bailarlo en todos los idiomas, en todos los horarios, en todos los estilos y en todas las pistas.
Fue un reencuentro…conmigo….el tango que vibró por años en silencio, finalmente me invadió cada célula , y se quedó para siempre vivo y conmigo. Me dio nuevos amigos y amores y me devolvió la capacidad de la emoción permanente.
Ahora somos uno. Vaya donde vaya, llevo siempre mis zapatos de tango en la cartera.
Lo perdí una vez, y algo de mí se perdió en aquel momento. Nunca volverá a ocurrir, se lo prometo Sr. Tango.
Adriana Villarreal de Argentina
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