Juan Bautista Alberdi entre Membrillar y Rivera Indarte. La vieja casa chorizo, devenida en inquilinato, abría sus puertas a las familias de las familias que la habitaban, en las Fiestas de Navidad, Año Nuevo, los Carnavales y cuanto cumpleaños o festejo vario nos cruzase el destino, en aquella década del 50 que me vio nacer y corretear por sus patios.
Doña Dominga, como llamaban los vecinos a mi abuela Lala, iba y venía con el mate cocido o la mazamorra con leche de mi merienda, y la voz del speaker nos anunciaba el Radioteatro de la Tarde.
Mi tío Oscar, el Catorce, fascinaba mi atención mientras la brocha le llenaba la cara de espuma y El Negro, mi padrino, el hermano preferido de mi vieja, silbaba un tango con la gracia y el humor que lo pintaba de cuerpo entero.
El Negro le enseñó a bailar el tango a sus hermanas. Ninguna quería perderse una pieza con él, incluso las que, como mi madre, ya tenían un marido que seguramente las había afilado al compás del 2 por 4.
Flores siempre fue para mí un barrio que olía a arrabal, por eso sus patios siempre me devolvieron un tango.
Por ese entonces mis tíos Rodolfo y Ofelia vivían con mis primas en una casa similar en La Rioja al 200, en el barrio del Once. A menudo las fiestas se trasladaban a sus patios y años después al de su casa de la calle Remedios en el barrio de Floresta o al de la Portería del tío Abelardo en Primera Junta.
A medida que los primos fuimos creciendo, comenzaron a sonar otras músicas en los tocadiscos Ranser de las reuniones familiares, pero siempre –sagrado respeto por nuestros mayores- el tango era la coronación de cualquier festejo.
Mi eterna vocación de patadura hizo que nunca lo aprendiera a bailar, o al menos sólo lo hiciera toscamente. Pero cada vez que el Polaco, Troilo, Fresedo, Sosa, los hermanos Expósito, Falcón, la Merello y tantos otros, me acarician el cuore con su melodía, las palabras de Gagliardi me aparecen en la garganta y, al compás de una sonrisa, se me pianta un lagrimón…
Señores… ¡me llamo Tango!
Yo soy el tango que llega
Por las calles del recuerdo.
Dónde nací, ni me acuerdo…
En una esquina cualquiera
Una luna arrabalera
Y un bandoneón, son testigos
¡Yo soy el Tango Argentino!
¡Donde guste… y cuando quiera!
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